DALLAS BUYERS CLUB

Sección Medi-Cine Fundación Micellium

Título Original: Dallas Buyers club.
País y año: EEUU, 2013.
Director: Jean-Marc Vallée.
Reparto: Matthew McConaughey, Jared Leto, Jennifer Garner, Steve Zahn, Dallas Roberts, Griffin Dunne, Denis O’Hare, Bradford Co.
Guión: Chase Palmer.
Fotografía: Lance Acord.
Música: Kevin Shields.

Veinte años después de la oscarizada “Philadelphia”, de nuevo una superproducción norteamericana se asoma al drama que supuso la aparición del virus de la inmunodeficiencia humana (VIH). El 14 de Marzo, se estrenó en España “Dallas buyers club”, con el tirón que supone para la industria cinematográfica contar con tres premios Oscar (mejor actor Matthew McConaughey, mejor actor de reparto Jared Letto y mejor maquillaje y peluquería).

La película está basada en las entrevistas a John Woodrof publicadas en el “Dallas Magazine” el 9 de agosto de 1992. El protagonista (Matthew Mc Conaughey), es un paciente toxicómano heterosexual y homófobo al que le diagnostican la enfermedad en estado avanzado (SIDA). Desde este momento, John pasa por varias fases: negación de la enfermedad, investigación acerca de la verosimilitud del diagnóstico, consulta médica sobre los tratamientos disponibles, obtención de los mismos en el mercado negro, toxicidad secundaria a la sobredosificación/automedicación, búsqueda de tratamientos alternativos importados, inicio de un modelo de negocio con ánimo de lucro, y finalmente altruismo y sentimiento de identidad comunitaria entre los afectados.

Tras la confirmación diagnóstica, John empieza a sentir la marginación a la que es sometido por los que él consideraba amigos y vecinos, y sufre una profunda catarsis personal, que le lleva a un cambio radical en su escala de valores. Asociado con Rayon (Jared Letto) un travesti también infectado, y con la fuerza y la desesperación de los que nada tienen que perder, emprende una doble lucha: la farmacológica contra la enfermedad y la jurídica contra la agencia americana del medicamento (FDA). Una respuesta ante la falta de respuestas médicas satisfactorias, y ante incomprensión de una parte de la sociedad que les desprecia y que ni siquiera se preocupa en ofrecerles consuelo.

Dejando a un lado el componente cinematográfico, bien hilvanado en mi opinión, y con una historia llena de matices, sí me gustaría remarcar que la película sirve para acercar de nuevo al público general a lo que ha sido y sigue siendo la infección VIH, y a profundizar en los temas médicos que surgen incesantemente en el transcurso de la acción.

Toda buena historia tiene un principio, y la historia del VIH empieza en 1981, cuando la prestigiosa revista “New England Journal of Medicine”, publica varios casos de neumonía por “Pneumocystis carinii”, un microorganismo oportunista asilado en varones homosexuales de San Francisco. Unos meses más tarde, se registraban más de 150 casos. Tras las dudas iniciales, se pudo constatar que el cuadro era producido por un agente infeccioso. El 20 de Mayo de 1983, Luc Montagnier, del Instituto Pasteur comunicó a la revista “Science” que se había aislado un retrovirus a partir del cultivo de un ganglio linfático (hechos relatados en la película “Y la banda siguió tocando”) y lo llamó HTLV-III. En 1986 se reconoció la identidad del virus pasándose a denominar virus de la inmunodeficiencia humana (VIH).

En este contexto de avalancha de enfermos y de falta de información y tratamiento, se cometieron muchos excesos y no pocos experimentos (muchos de ellos con escasa base científica). Es posible, al igual que ha pasado con otras enfermedades raras, que algunos enfermos pudieran encontrar una fase de mejoría inicial en la medicina alternativa, en contraposición a aquellos que sufrieron los efectos de los nuevos fármacos. Fue sin duda el caso de pacientes que participaron en ensayos de “dosis-respuesta” (FASE II) o los que recibieron “placebo” en un ensayo clínico controlado (FASE III). Algunos fallecieron, sin poder beneficiarse de la evidencia que ellos mismos ayudaron a construir. No obstante, esta curva inicial negativa pasó a ser una “curva en J”, y fueron los pacientes no adherentes a las consultas hospitalarias (falta de seguimiento, búsqueda de terapias alternativas, falta de confianza en la medicina occidental), los que sufrieron los devastadores efectos de la enfermedad y de las patologías asociadas.

En los años 80 la agencia americana del medicamento (FDA), se encontraba más preocupada por los escándalos que habían producido la toxicidad de determinados fármacos (como la Talidomida en embarazadas) que por la necesidad de “abrir un camino” a nuevos ensayos clínicos rápidos (fast-track) que diera esperanza a los pacientes sin posibilidades terapéuticas. En este contexto de desinformación, de inseguridad en cuanto a la eficacia y seguridad de los medicamentos, no es extraño que florecieran tratamientos “alternativos” a los hospitalarios

Dentro de este abanico se encontraban principios activos testados para otras enfermedades y sin indicación en el VIH, medicamentos extranjeros no comercializados en EEUU, remedios naturales y también placebos vendidos a pacientes desesperados en comprar (igual que Roy Battey en “Blade Runner”) “un poco más de vida”. En el contexto de los años 80, podemos encontrar algún caso en el que la medicina natural (fuera del control de las agencias reguladoras) haya conseguido demostrar su eficacia, y quizás como ejemplo paradigmático se encuentre la película “Lorenzo’s oil, el aceite de la vida”. En la mayoría de los casos, la pérdida de adherencia a las consultas, como se deja entrever en la película, privó a muchos enfermos de ser tratados de complicaciones infecciosas devastadoras, que en ese momento sí tenían tratamiento (tuberculosis, Pneumocysitis jirovecii, enfermedad neumocócica invasiva, sarcoma de Kaposi, toxoplasmosis o criptococosis cerebral).

A modo de divulgación científica, quizás merezca la pena conocer los fármacos que se nombran en la película, y comparar a tres bandas: el papel que tuvieron en los inicios de la terapia antirretroviral, el papel que se les atribuye en la película y el papel que juegan en la actualidad.

  1. AZT: Zidovudina o azitotimidina: Diseñado en 1964 como antineoplásico, se desechó para este fin por su escasa potencia. En 1985, Mitsuya y cols, pusieron de manifiesto su capacidad para inhibir in vitro la transcriptasa inversa y frenar la replicación del virus. Se testó en humanos en 1985 y fue aprobado por la FDA el 19 de Marzo de 1987. El artículo de la revista “Lancet” que se cita en la película, demostró que las dosis utilizadas no eran más efectivas que dosis más bajas, pero sí más tóxicas. Actualmente el AZT es un fármaco presente en las posibles combinaciones antirretrovirales y es de uso preferente en la mujer embarazada.
  2. Zalcitabina (DDC): En 1988-1990 diversos estudios mostraron la eficacia virológica e inmunológica. Pronto aparecieron los primeros casos de toxicidad grave en pacientes con altas dosis: neuropatía periférica, erupciones cutáneas y estomatitis aftosa. Más tarde se inició su uso en dosis más bajas y en combinación, y actualmente no se utiliza en España.
  3. Didanosina (DDI): En 1990 aparecieron las primeras publicaciones. Inicialmente eficaz en monoterapia, se relacionó con pancreatitis, hiperamilasemia y toxicidad mitocondrial. Actualmente no se utiliza en España.
  4. Péptido T: Inhibidor de la entrada del VIH en la célula T. Descubierto en 1986 por el instituto nacional de la salud americano (NIH). Los investigadores tenían como hipótesis que podría mejorar la afectación cognitiva de pacientes VIH, e incluso de pacientes con la enfermedad de Alzheimer. En 1995, un ensayo clínico aleatorizado frente a placebo no demostró diferencias significativas. La guía 2013 del Grupo Español contra el SIDA (GeSIDA) no encuentra evidencias para su utilización.
  5. Interferón alfa: Los interferones (IF) son una familia de proteínas llamadas citoquinas. Son producidas por células y actúan como señales que pueden influenciar otras células a distancia. Muchos virus son sensibles al interferón (Hepatitis C, Sarcoma de Kaposi). Inicialmente existieron algunas publicaciones en las que el IF podía ayudar a pacientes con infección VIH, pero desde el año 2000, se sabe que es perjudicial.

Desde 1996, nuestros enfermos disponen de una terapia antirretroviral potente y capaz de suprimir el virus en nuestro organismo indefinidamente, aunque no de eliminarlo. Disponemos de nuevas familias de fármacos en múltiples combinaciones que se ajustan a diferentes escenarios (potencia, toxicidad, resistencia, tropismo, interacciones farmacológicas, estado inmunológico…), y disponemos de elementos para conocer su eficacia. Por otro lado, las agencias reguladoras, han llevado a cabo medidas para que los pacientes en situaciones de “alto riesgo de fallecer” puedan obtener medicaciones experimentales, y se puedan beneficiar de ensayos clínicos rápidos.

En cierto modo la película es un pequeño homenaje a aquellos pacientes que sufrieron la enfermedad cuando no había para ellos ni tratamiento ni comprensión, un recuerdo para los investigadores que buscaron medicamentos capaces de detener la progresión de enfermedad, y un reconocimiento a los médicos, que sin medios, lucharon por sus enfermos, e incluso “se quemaron a lo bonzo” con ellos. Es también justo reconocer que son las compañías farmacéuticas las que han llevado a cabo la mayor parte de los ensayos clínicos sobre medicamentos antiretrovirales, en ocasiones con colaboración con investigadores independientes y que con ello, han obtenido unos beneficios para sus accionistas. Los datos obtenidos, se publican en revistas de alto impacto y son sometidos a una lectura y valoración crítica, tanto por las agencias reguladoras, como por la comunidad científica internacional.

Lo que la película no dice, ni siquiera en los créditos finales, es que actualmente, en 2014, no existe ningún tratamiento efectivo para el VIH fuera del ámbito de la “medicina basada en la evidencia”. Se estima que en España existen entre 120.000 y 150.000 infectados por el VIH. Un 30% de los enfermos no lo sabe y hasta en un 46% las consultas se realizan en fases avanzadas de la enfermedad. La falta de tratamiento, por desconocimiento del diagnóstico o abandono de la medicación, y la falta de adherencia a las consultas médicas, devuelve a estos pacientes a la década de los 80 y les conduce invariablemente a la muerte.

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